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Dos finales, una pasión

Por HUGO ARIAS V.

Pocas veces como el domingo llegué a un estadio con un nudo tan apretado en el estómago. Tal vez por la mezcla de sensaciones que me habían acompañado desde que el jueves en la noche Unión salvó ese cero a cero en un cada día más agónico Santa Laura. Cuando comenzaba a subir hacia San Carlos de Apoquindo sentí que podíamos salir de allí con un triunfo, con la clasificación, pero la evidencia era tan contundente que obligaba a la mesura y hasta a la desesperanza: era la casa de la UC, de la UC más cara de los últimos años, del equipo que no escatimó en gastos para ser campeón, del cuadro de mejor rendimiento del torneo, de los más goleadores y los menos batidos, de la escuadra con mejor despliegue físico. Esperar un triunfo ante ese rival y en su cancha era solamente un acto de fe, de amor, de pasión. Por eso el nudo, porque mientras nos íbamos encaramando a los cerros del barrio alto, la porfiada razón insistía en interponerse con sus argumentos irredargüibles.
El viento amenazó desde temprano con transformar el estadio en una tumba fría, y las nubes se preparaban para descargar el llanto, y ahí estábamos, esperando que por fin comenzara a rodar la pelotita –como dice Ernesto Díaz Correa, un fanático rojo como pocos–, esperando que el último acto del drama se comenzara a deshilar. Cuando faltaban 30 minutos para la hora señalada, parecía que ya estábamos todos ubicados, pero el partido no empezaba nunca. Hubo que esperar 30 veces más para que sonara el silbato de Selman.
Unión amenazó de entrada y la UC respondió de inmediato, y amenazó una y otra vez. Y así se vendría el resto del partido: con los locales asediando el arco rojo, pero con una Unión bien plantada, segura de lo que tenía que hacer, concentrada en tener la pelota y llegar al arco rival en forma asociada, porque durante todo el año nos ha penado no contar con un ataque contundente que marque presencia en el área rival.
Fue un duelo por momentos infartante: los rojos tuvieron el gol del triunfo al menos en tres ocasiones, y los cruzados en otras tantas. Pero el destino estaba escrito en los mismos términos de 2004: los penales. Y debo decir que cuando terminamos 5 a 5, el nudo de razón y pasión se me apretó aun más. Pero los muchachos, que durante el año habían estado tan irregulares, se empinaron a lo más alto y nos volvieron a encender en el corazón la esperanza de una nueva estrella, oportunidad que no pocos dábamos por perdida hace un par de meses…

UN AÑO MUY DIFÍCIL
Prefiero decirlo ahora. Antes de que la pasión de un posible triunfo nuble el análisis o la decepción por una nueva ilusión desvanecida oscurezca el ánimo. Prefiero aprovechar este lunes lluvioso para echar un vistazo a esta primera mitad de año tan extraña que nos tiene al cabo de 23 partidos otra vez en una final, con el sueño de conseguir la tan esquiva sexta estrella para los estandartes de la Unión Española.
Es extraño estar nuevamente con la esperanza encendida, apenas seis meses después de aquella otra definición de la liga con Cobreloa. Pero es extraño por lo disímil de las campañas que nos llevaron a la disputa del título.
Es imposible obviar las diferencias entre el Clausura 2004 y este Apertura 2005. Sólo la pasión sigue intacta, a pesar de que ha sido un año difícil de llevar. La de 2005 ha sido una temporada de menor presupuesto y menor plantel, de peores resultados y de juego menos lucido, de refuerzos menos rutilantes y de rendimientos más decepcionantes (aunque Reyes, Ribera y Benítez se han plantado con decisión en los últimos partidos), de un técnico que no conseguía dar una fisonomía al equipo.
Este año las derrotas fueron demasiadas, pero las victorias tuvieron la virtud de llegar en los momentos y dosis precisas para dejarnos en los play offs de manera directa. Pero de ahí en adelante, como ya es lugar común, “comenzó otro campeonato”. Y en esta nueva fase, Unión mejoró lo suficiente como para aprovechar las licencias que le dieron las dos universidades.
Es cierto que durante la primera ronda del torneo los hispanos quedaron décimos y se entiende que el ánimo de la hinchada no estuviera muy en alto. Pero en los play offs se eliminó a la U. de Chile y la U. Católica, nuevamente por penales, y eso puede despertar hasta al más frío de los seguidores rojos.
Nos separan de la meta 180 minutos que nos exigen convicción, tranquilidad, pero sobre todo pasión. Esa que demostraron los jugadores el domingo en San Carlos de Apoquindo, acompañados de casi 2.000 fanáticos que no trepidaron en vestirse de rojo para escribir el destino del equipo de sus amores en la precordillera santiaguina.

27 de junio de 2005

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