La primera vez que vi a Salvador Calera fue en Santa Laura, en una oficina que jamás supe que existía.
Era la primera entrevista que daba y me impresionaron varias cosas de este tipo cerrado, de hablar castizo y pelo cano. La primera, que, a diferencia de casi todos los españoles con los que había hablado, éste no era republicano. La segunda, el cariño que manifestó hacia el "Coto" Sierra, a quien consideraba casi su hijo. La tercera, que no sabía ni un carajo de fútbol.
Salí, como tantas veces, con una sensación extraña de esa entrevista. Pensando que la tarea de Calera era de una inmensidad inabordable; que sería uno más de estos "iluminados" que llegan para resolverlo todo y terminan naufragando en el océano vasto de "la actividad". Calera me pareció, en la soledad de su oficina, uno de aquellos pequeños dictadorcillos que son investidos de poderes especiales y que sucumben en su terquedad. Pero había tal determinación, tal seguridad en sus convicciones, tanto orgullo en su empeño, que me cayó en gracia. Alguna vez le escribí una columna advirtiéndole de su falta de conocimientos específicos y lo muy caro que se paga eso en el mundo del fútbol, y ¡me la agradeció!
Calera se estrelló de cabeza contra gente más dogmática que él. Roberto Hernández y Fernando Carvallo, para no ir más lejos, abandonaron la tarea con la sensación permanente de los entrenadores integristas que con gente así no se avanza, se retrocede. Pero Salvador, inconmovible, seguía adelante con la tozudez de cualquier español que se respete.
Poco antes de la final en Coquimbo, la preguntaron si aceptaría la Copa que le ofrecería Reinaldo Sánchez, el obtuso e insensato presidente del fútbol, quien había anticipado que el trofeo sería para el presidente y no para el capitán, porque "son los dirigentes los que hacen el principal esfuerzo". Calera, desde el monte de la sensatez, le respondió al porteño que esa Copa iría a las manos de Sierra, "porque los dirigentes somos meros administradores. La gloria de los clubes la escriben los jugadores".
Salvador Calera me confesó aquella primera vez que no iba al estadio, que no podía recitar ni una sola formación de Unión, que de tácticas no sabía. Él es, apenas, un administrador que pagó las deudas, armó proyectos, contrató entrenadores y disfrutó dos finales seguidas, incluyendo el primer festejo de su cuadro en casi tres décadas. Y estoy seguro que se indignará, porque esta columna debió estar dedicada al "Coto" Sierra y a Jaime Bravo, y no a él, que de fútbol no sabe nada.
Podría haber dedicado este espacio a explicar por qué considero que el "Coto" es el jugador más inteligente del fútbol chileno en dos décadas, y que la selección de los últimos años lo ha llorado. Y que Bravo es el mejor proyecto de arquero que veo en mucho tiempo. Pero preferí escribir sólo para decirle a Salvador Calera que se ganó toda mi admiración y respeto, a varios años de nuestra primera charla. Jamás creí que podría, y pudo. Espero, de verdad, que me invite al primer pernil palta del nuevo Santa Laura, porque ahora estoy convencido de que lo hará.
El Mercurio,
11 de julio de 2005
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