Yo no sé qué habría hecho el fútbol chileno si no hubiera existido el Estadio Santa Laura. Y si la institución hispana no hubiera mantenido ese campo en perfectas condiciones, aun con perjuicio económico para el gran club. Pero tuvimos suerte, digo yo, tuvo suerte el popular deporte y ahí está Santa Laura en gloria y majestad.
Suelo recordar los estadios europeos, nunca olvido aquellas noches de fútbol en el Bernabeu, del barrio de Chamartín en Madrid. Subirse al tercer anfiteatro a ver los encuentros nocturnos era una gloria. Uno lo veía todo y lo veía bien. El Bernabeu es un hermoso campo de fútbol y también lo es el viejo Parque los Príncipes de París. Y los estadios alemanes, suntuosos y cómodos. Y en Montecarlo hay uno que posee una hermosa vista. Como también ese de Lausana, porque de lo alto de las populares uno puede distraerse mirando el panorama de los Alpes suizos y el majestuoso lago Leman. “Stade Olimpique de la Pontaise” se llama ese campo.
Claro que cuando la cordillera está nevada el espectáculo del Estadio Nacional nuestro, en una tarde de sol, es estupendo. Pero Santa Laura es otra cosa. Les respondo que jamás estuve en un estadio en el que el espectador pueda ver mejor el fútbol que en Santa Laura. Si parece que uno, estirando el brazo, pudiera tocar a los jugadores y, sin embargo, la perspectiva es magnífica.
Locales como ese de la Plaza Chacabuco no se encuentra el aficionado en parte alguna. O, por lo menos, yo nunca vi otro igual.
Eso, en cuanto a lo que es Santa Laura para quienes van a él para ver el fútbol. Pero está también lo otro, hermano. Está la historia maravillosa de este reducto de Independencia. Tal vez por su presencia, el barrio entero se futbolizó y fueron muchos, pero recontra muchos los cracks de nuestro balompié que nacieron y se criaron en Santa Laura. Vamos, desde esos tiempos de "los pepes con bastón", de las guerras sin cuartel entre hinchas españoles e italianos, desde la época del inmortal Juanito Legarreta, y conste que nosotros, pese a que don Juan Legarreta es un industrial respetable y respetado, nosotros, digo, los de entonces, seguimos llamándolo Juanito a secas, porque Juanito era en nuestras mocedades el que, pese a su poca estatura, hacía goles de cabeza en cantidades industriales.
Me acuerdo que en esa galería que queda frente a la oficial, los muchachos la gozaban, porque podían presenciar dos espectáculos diferentes en cualquier momento. Por un lado el apasionante fútbol, por el otro, el ciclismo de aquel velódromo inolvidable, el de las 24 horas de Navidad, de Pancho Torremocha y la rama pedalera de la Unión. Yo conocí el elenco hispano desde esos años en que se llamaba Ibérico Balompié y tenía su cancha en ese complejo futbolístico que quedaba en Independencia y Panteón. Pero eso quedó atrás, vino el reinado de Santa Laura, para felicidad del fútbol de mi patria.
Amo a Santa Laura, no lo comparo con ningún otro del mundo, aunque los otros sean suntuosos, grandiosos y eso. Y lo amo porque es acogedor y querendón, porque allí el fútbol se paladea mejor y resulta más sabroso. Y lo amo por su tradición y por todo lo que ha hecho y sigue haciendo por el aporreado fútbol de mi tierra.
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